EL GIGANTE DE TERUEL
Las fuerzas le abandonaban. Con paso lento, se acercó a uno de los muchos ríos que cruzaban aquellos bosques buscando un remedio imposible. Desde sus
La muerte le sorprendió en el río. Pese a su tamaño, la corriente arrastró su cuerpo hasta un meandro donde el agua se embalsaba sobre un suelo arcilloso. Por fin, en aquel río prehistórico, nuestro protagonista halló el descanso que sería eterno. Los sedimentos cubrieron el cuerpo y el olvido cayó sobre el gigante vencido. Nadie podía imaginar que, 125 millones de años después, aquella tierra de clima ecuatorial y manadas de dinosaurios donde había vivido iba a llamarse Teruel y que sus huesos, convertidos en piedra por el paso de las eras, iban a descubrirse gracias al paso de un arado.
El pasado 25 de mayo de 2006, Alberto Campos y Rafael Royo, paleontólogos de la Fundación Conjunto Paleontológico de Teruel, entraron en un bancal donde crecía el trigo y la cebada desde tiempos históricos. Ambos lo habían seleccionado para una prospección paleontológica. A sus ojos, aquel terreno sedimentario prometía sorpresas. Pero no imaginaban que escondía el resto paleontológico más importante de Europa en lo que va de siglo.
Mirando el suelo, los dos paleontólogos maldecían su suerte. A la vista se podían ver millares de huesos fósiles destrozados. “Esto sólo puede pasar en España”, recriminaban. “Huesos de dinosaurio en la superficie y destrozados por el paso de un viejo arado. ¡Si los americanos tuvieran este potencial…! Alberto cortó sus pensamientos en seco. A sus pies vio un hueso intacto: el húmero de
Desde que la noticia saltó a la prensa, los paleontólogos más reputados internacionalmente han llamado para interesarse por el hallazgo. No es para menos. La importancia de su descubrimiento es extraordinaria y resolverá preguntas hasta ahora incontestables sobre cómo era el mundo del Cretácico y sobre la evolución de los grandes saurios.
El Semanal de El País
28 de marzo de 2007
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